Mintieron, mienten y mentirán para salvar el cargo. Es su condición.
Luchan por defender su puesto con la desesperación de los que cruzan el
Estrecho en busca de un mundo mejor, pero sin jugarse la vida, ni
siquiera el prestigio, en esta sociedad tan depauperada, tan amoral.
No escuchamos a la Iglesia que nació para estar al lado de los pobres.
¿Dónde está el grito de su jerarquía contra los señores del poder que
ven hundirse en las aguas a estos hijos de Dios mientras maquinan cómo
evitar que esas muertes perjudiquen su patrimonio? ¿Cuándo se adquiere
la cualidad que permite llegar al grado de abyección del que hicieron
gala los portavoces del Gobierno desde la tribuna durante la
comparecencia en el Congreso? ¿En qué momento una persona pierde la
condición de tal y se convierte en un ente, una cosa llamada “inmigrante”?
En el Congreso de los Diputados se llevó a cabo, en forma de
“comparecencia para aclararlo todo”, una representación de varias horas
de una maniobra de “ocultación desde la transparencia” que sólo
consiguió evidenciar, una vez más, que lo único imposible de hundir de
aquella injustificable acción que dio como resultado la muerte de quince
personas es la verdad.
Sí, eran personas, además de negros, además de pobres, además de inmigrantes.
Seres humanos como ustedes, como nosotros, como los millones de
españoles que cruzaron nuestra frontera para intentar dar de comer a sus
hijos cuando yo era joven, emigrantes que sólo esperaban encontrar un
poco de humanidad al otro lado que atenuara su tristeza, seres humanos
como los españoles que cruzan ahora las fronteras invisibles de nuestros
socios ricos del norte, como los que volaban en el avión que
desapareció en Malasia, como los que se usan de coartada para justificar
acciones bélicas, como los receptores de órganos de los trasplantes,
como los donantes, como los ciudadanos que somos fustigados con mentiras
aterrados ante la impotencia de comprobar quién nos gobierna, como los
que sufrimos la pesadilla insoportable de esas comparecencias para
justificar la muerte de inocentes, como los que entienden las razones de
Estado que les llevan a parapetarse detrás de sus subordinados para
conservar sus privilegios, como los que miran hacia otro lado ante esta
tragedia mientras gritan en defensa del derecho a la vida para defender
la reforma de la ley del aborto, seres humanos como las víctimas del
terrorismo y como los que escuchan a estos mismos cargos cuando las
usan para conseguir fines políticos.
Seres humanos. Con padres, con hijos, con mujeres y novias que esperan noticias suyas todos los días. Esos que ustedes llaman inmigrantes son personas.
Nada importa si los mataron o los dejaron morir. No queremos aprender por qué se atenúa la crueldad en esa sutil diferencia.
Las mentiras que se acumulan sobre la mesa se vuelven contra quienes las
proclaman y la sombra de la ignominia se extiende sobre los cargos que
se van sumando al intento de que el jefe o compañero conserve su silla y
las prebendas que conlleva tan confortable refugio. Cuando terminen
esta etapa de servicio a la patria que tanto perjuicio económico les
acarrea, serán consejeros de las grandes empresas que condicionan nuestras vidas. Valen para todo, van a por todo, se hacen con todo.
No calcularon el fondo y no sabían nadar, alegan como causa de la muerte estos señores durante su comparecencia.
Los inmigrantes, al parecer, pierden el instinto de supervivencia y eso
es lo que les mata. Atraviesan un continente superando guerras,
violaciones de todo tipo, hambre, sed, palizas, secuestros, pero son incapaces de dar la vuelta y volver a tierra al comprobar lo profundo de las aguas, tienden a huir hacia delante como hamsters que se precipitan al abismo.
Estaban débiles y excitados, lo que aceleró su fatiga y su hundimiento,
dicen. También que les dispararon más de ciento cuarenta pelotas de goma
con la única intención de delimitar la frontera, mientras por el audio
de las grabaciones hemos podido escuchar las instrucciones de evitar dar
a la policía marroquí, es decir, apuntaban en aquella dirección.
También reconocieron haber lanzado botes de humo “disuasorios”.
Todos estos factores, estas acciones tomadas de una en una, sirven a la
comparecencia, pero al juntarse en el tiempo, al coincidir en el mismo
espacio,conforman un escenario espeluznante. Nos
encontramos con personas débiles, que apenas saben nadar, en mitad del
agua, que se están ahogando y gritan pidiendo ayuda mientras se ven
acosadas por fuerzas del orden que les disparan botes de humo y pelotas
de goma desde la orilla para evitar que se acerquen a tierra con el
resultado de quince muertes. Aún defienden la bondad de la acción. Desde
el principio mintieron sobre estos hechos que ahora reconocen.
No merece la pena dedicar tiempo a este debate, sino a proclamar lo
vergonzoso y cruel de unos hechos que si no se hubieran filtrado por
unos vídeos que hemos podido ver en la televisión, seguirían negando. Ya
han dejado atrás la chulería, la arrogancia y las amenazas con las que
se despacharon en el primer momento, pero no dejan de aferrarse al salvavidas de la mentira.
Ya no dan vivas a la Guardia Civil, a esa Guardia Civil tras la que se esconden de forma cobarde
y a la que hacen única responsable de lo ocurrido al vender a sus
agentes como entes autónomos que operan por su cuenta de forma caótica e
improvisada, que no reciben órdenes, y que utilizan las armas
represivas a su antojo, sin control, ante la agresividad de las acciones
de los inmigrantes, que se exhiben en unos videos en los que lanzan
piedras indignados al comprobar la muerte de sus compañeros. Son
reacciones posteriores, no sirven para justificar acciones anteriores.
Ni una sola imagen de los disparos de las pelotas de goma.
Estas muertes dejarán espacio a otras noticias. Las razones de Estado
aconsejarán pactos entre los dos principales partidos en esta materia y
se hundirán juntos a los ojos de los hombres y mujeres decentes que no
quieren comprender la necesidad de la muerte de personas inocentes en
razón de la gobernabilidad.
Mientras, intentaremos resistirnos a esta educación racista e
inmisericorde que nos procuran día a día desde las instituciones
democráticas. Nos resistiremos a ser testigos privilegiados desde la
grada de cómo esos negros pobres se ahogan delante de nuestros ojos ante
la pasividad de las poderosas razones de Estado que no podemos ni
queremos comprender para no ser como ellos. Me repugnan.
La conciencia por un cargo, esa es la enmienda que ha introducido
Mefisto en su nuevo contrato. Su codicia es infinita. Venden su alma al
poder y estamos en sus manos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario