Un chocolate sabe mejor si se come con cierta liturgia.
Por ejemplo, si lo partes por la mitad dentro de su fundita y luego
sacas una mitad y te la comes y luego haces lo mismo con la otra mitad. No es broma.
Cuatro profesores de Minnesota y de Harvard han publicado recientemente
un artículo académico recogiendo varios experimentos como éste (el del
chocolate y otros tres) y demuestran que la conducta ritualizada
engrandece la experiencia del consumo y, de hecho, nos hace consumir
más. Lo saben los amantes de la cerveza Coronita, o quienes
creen que el gin tonic sabe mejor si la tónica se deja caer por una
cuchara removedora, o una sidra si se tira desde arriba de la cabeza del
escanciador.
Esos rituales, encadenados en sus liturgias, tiene un efecto mágico en
quien se somete a ellos. En el ámbito social, también. Desde antiguo, el chamán aprovecha los estados de ánimo de sus seguidores,
unas cuantas trampas (alguna hierba alucinógena, por ejemplo) y mucho
poder de sugestión, para “producir” efectos que, para el pueblo, son
sólo producto de la magia transformadora del chamán. Es así como desde
hace miles de años creemos que hay gente capaz de explorar en el pasado y adivinar nuestro futuro,
magos que pueden alterar nuestro destino y sacerdotes que saben borrar
de nuestras vidas los maleficios, los pecados y las maldiciones.
Por supuesto, esas profecías con frecuencia se cumplen. No por milagro
logrado por el mago, sino por el efecto que el ritual ejerce sobre el
asistente a la liturgia. Si alguien en quien crees ciegamente te dice
que encontrarás empleo en el mes de abril, pondrás especial empeño en
encontrarlo en el mes de abril, y así será más probable que no lo
encuentres en marzo y sí en el mes señalado. Y si no, ya habrá algún
fenómeno sobrenatural que justifique tu fracaso. Quizá no quemaste bien los trozos de madera que tu mago te entregó.
Vengo advirtiendo desde hace dos años, que Rajoy nos tiene sometidos a una liturgia.
La liturgia de la recuperación. Nos hace creer que ya salimos gracias a
sus reformas. No porque sea un mentiroso. El mismo cree lo que dice.
Como lo cree el simpático adivino Sandro Rey o el cura de la parroquia
de la esquina. Lo creen porque es “verdad”. Tan verdad como que el chocolate sabe mejor si se parte por la mitad dentro de su envase. Y es cierto: termina por saber mejor.
Pues lo mismo: hubo un tiempo en que los chamanes del momento decidieron
que se acabó. Que debíamos purgar nuestras culpas como pecadores tras
la orgía y la bacanal. Terminamos por creerlo y acabó siendo real.
Subió la prima de riesgo y la convertimos en el objeto mágico: en las
maderitas entregadas por el chamán. Pararon de prestarnos dinero como
quien niega vino al alcohólico, nos encerramos en casa, dejamos de
consumir, estuvimos dispuestos a vender nuestros pisos por la mitad del
precio que tenían hacía un año… Extrañamente, los españoles pasamos de
ser los más guapos y ricos del mundo (los octavos más ricos, en
concreto), a ser la hez de Europa, los PIGs, los más tontos de la Unión…
Y terminó todo por ser cierto. Zapatero, que sabía de la fuerza
de las palabras mágicas, no quería pronunciar "crisis" porque pensaba
que si la usaba se materializaría. Pero pudieron más que él los otros magos y le ganaron el conjuro.
Ahora los chamanes –no, no les culpemos: ellos están tan engañados como
nosotros, creen en sus poderes tanto como nosotros– … Decía que ahora los chamanes nos dicen que la recuperación ha llegado.
La prima de riesgo lleva ya meses bajando, los hombres de negro se van y
en solo una semana Obama y Krugman exorcizan al diablo nombrándolo y
certificando su huida. Naturalmente, será verdad. Saldremos a la calle, empezaremos a consumir, nos sentiremos mejor,
volveremos a pedir más por nuestros pisos, encontraremos trabajo. Y
miraremos al cielo: ¡Alabados sean los dioses: salimos! Y al chamán: ¡Gracias a las reformas de Rajoy, salimos!
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