La marca España en Panamá
La Marca España no vale un euro. El fiasco de Sacyr en Panamá
demuestra que por ahí fuera no es tan sencillo dar el timo como aquí
dentro y que las no- reglas a las que aquí nos quieren acostumbrar son
vistas fuera como lo que son: tomaduras de pelo y corruptelas
intolerables. En España es más que habitual que una empresa presente un
presupuesto irrisorio para llevarse cualquier obra pública (o privada);
un presupuesto que después se triplica o cuadriplica sin que nadie diga
nada. El país está lleno de auditorios, carreteras, aeropuertos,
hospitales…que acabaron costando cuatro veces más de su presupuesto
inicial. Claro que en ese camino, desde que se adjudica hasta que se
termina la obra (si es que se termina) se han forrado algunos y nos
hemos empobrecido la mayoría. Las pérdidas y los sobrecostes de fiascos,
timos y estafas tenemos la costumbre de socializarlas. Marca España.
No sólo en la construcción se estilan estas maneras, sino que en los
últimos años esta ha sido una manera muy española de hacer negocios. Ha
sido la norma también en la privatización/venta de cualquier servicio
público, donde las empresas se presentan con precios que no tienen nada
que ver con el coste real del servicio; coste que después tendrán que
asumir los trabajadores en forma de despidos o de bajadas radicales de
salario. Es lo que en derecho se llama “baja temeraria”, que aquí lejos
de ser una razón de peso para excluir a la empresa en cuestión de
cualquier concurso público se ha convertido, por el contrario, en la
forma habitual de funcionar a base de chanchullos. Marca España.
Sacyr se presentó a las obras de ampliación del canal de Panamá con
una oferta que era inferior a la siguiente en 1000 millones de dólares,
más o menos lo que ahora le pide al gobierno Panameño para continuar con
los trabajos. El precio no sólo era sustancialmente inferior al de las
ofertas competidoras, sino inferior incluso al importe base de
licitación: 3.481 millones. Los cables de Wikileaks mostraron en su
momento cómo a los norteamericanos la oferta de la empresa española les
parecía irrisoria y, según ellos, “no daba ni para hormigón”. Debe ser
que allí los presupuestos y los contratos son cosas que hay que tomarse
más o menos en serio. Porque además, no nos olvidemos de que los
sobrecostos habituales en cualquier obra de esta envergadura:
variaciones en el precio de las materias primas, de los salarios o
imprevistos en la obra, todo eso ya estaba contemplado en el contrato y
ha sido satisfecho cuando ha sido necesario por el gobierno panameño.
La actitud de Sacyr respecto a tontunas como la trasparencia, los
controles legales, el cumplimiento de plazos y contratos etc. queda de
sobra demostrada no sólo en su pretensión de cobrar 1200 millones más,
sino que durante este tiempo de la obra ha venido ninguneando a la
Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) a quien ha presentado
los sobrecostos como si ya los hubiera cobrado, como si fueran
beneficios, además de engañar con los plazos y la marcha de la obra.
Todo ello también muy marca España. Lo malo es que Sacyr no está
operando en España, sino en Panamá y se ha encontrado con un gobierno
que le exige que cumpla con su parte del contrato firmado o que
justifique exactamente el dinero del sobrecoste, algo que a la empresa
española, al parecer, le parece una pretensión inusitada.
Tal como están las cosas y teniendo en cuenta que estamos hablando de
la ya consolidada marca España tendremos suerte si finalmente no nos
toca pagar también el canal de Panamá. Lo veo venir.
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