El discurso voluntarista de exaltación del emprendimiento constituye
un eje clave de este Gobierno. El Rajoy que ahora pide a los empresarios
de EEUU que inviertan en España porque somos más baratos y flexibles a
golpe de reforma laboral llegó al poder anunciando un maravilloso país en el que se conciliarían mágicamente “ideas” y “bussines angels” para regarlas,
con un activo papel público-privado en la polinización. “Así nació
Google”, decía el entonces candidato mientras se le encendían los ojos
visualizando ese maná de chalets adosados de suburbio californiano
destinado a brotar por toda España con su correspondiente Guillermo
Puertas en cada garaje.
Al final resultó que el emprendimiento era un eufemismo más para hablar de trabajo precario y para cazar autónomos desprevenidos. Y ha brotado un Bill Gates, pero el auténtico, aunque en España es más de invertir en el clásico fomento de contratas y construcciones
que de innovar. Pero Rajoy regresa de la factoría de sueños americanos
cargando un saco, muy pesado aunque apenas contenga una palmada en la
espalda, por su decidida política de austeridad. Esa que Barack Obama se
ha negado a aplicar en su propio país. En EEUU han rescatado la banca
igual que en Europa, pero con un plan de estímulo conscientes también de
que los recortes eran contraproducentes y la prioridad la constituía
evitar el colapso total y frenar el incremento del paro (la evolución de
los datos macroeconómicos y del desempleo a uno y otro lado del
Atlántico están a la vista de todo el mundo, pero se le dedicará
capítulo aparte).
El apoyo en forma de créditos blandos o de subvenciones ni está ni se
le espera –al menos en cantidades dignas de ser tomadas en serio-
mientras que el I+D público, que ya estaba alejado de la media europea,
ha sufrido por el contrario serios recortes y el sector privado no ha
cogido ese relevo. Se sube el IVA y el IRPF, se dificulta el consumo y
los empresarios ven que la promesa de las reducciones de las
cotizaciones tampoco llega, al contrario, porque las retribuciones en
especie cotizarán como salario.
Pero para compensar estas carencias se redobla el esfuerzo en la
retórica –con significativo despliegue televisivo- y en el
adoctrinamiento. La maltratada filosofía se convierte por obra y gracia
de la reforma de Wert en el calzador de la cultura del emprendimiento,
pervirtiendo ambos conceptos. Reduciendo a utilitarismo economicista
neoliberal la filosofía y dando la sensación de que algunas carencias
del país son meras cuestiones de metafísica.
Puede que no tengamos cultura de emprendimiento, ni sector público
que lo estimule –al contrario porque esté dando un paso atrás en lo
importante- y desde luego tampoco un Krugman, pero eso sí, de EEUU también se importan esas soflamas contra las parados
y contra los pusilánimes que se niegan a ganar millones de dólares
-perdón de euros- emprendiendo a lo grande, esos discursos que hacen las
delicias de los liberales de salón. Para lanzarse en solitario se
necesitan ganas y empuje sí, pero también un contexto favorable, apoyos y
una experiencia laboral previa, fructífera y estable para generarse
conocimiento y contactos. Pasar de la nada a inventar el desarrollo
informático que dominará el mundo o un tratamiento revolucionario contra
el cáncer no es un planteamiento demasiado realista.
Y sobre todo para montar hasta un carrito de frutas callejero se
necesita crédito asequible y clientes con liquidez, algo utópico en
estos momentos, y a pesar de todo admito que a veces de tan fácil como
lo pintan dan ganas de emprenderse vivo frente al ICO. Sin embargo no he
tenido la fortuna de educarme en la Lomce para decidirme. He crecido
con referentes empresariales liberales como Manuel Pizarro –el
del pelotazo millonario a través de una empresa que era pública como
Endesa-, Gerardo Díaz Ferrán –el de la barra libre de financiación de
dudoso retorno a través de Caja Madrid- o el actual responsable de la
Marca España, Carlos Espinosa de los Monteros, que forjó su carrera nada
menos que en el Instituto Nacional de Industria (INI) y presidiendo
Iberia cuando era totalmente estatal. Al no gozar de apellidos
compuestos debo tener algún defecto congénito que me lleva a la abulia
porque me confieso incapaz de encontrar esas oportunidades. Pero no
importa, creo en el sueño americano, se me caen las ideas de la cabeza,
conozco el secreto de desear mentalmente con mucha fuerza y dispongo de
algunos ahorros. Estoy dispuesto a apostar fuerte, aunque ando
desorientado. Ahora que Francisco Correa, Luis Bárcenas o Carlos Fabra
han caído en desgracia por no sé qué líos, ¿alguien sabe decirme quién
lleva el negociado de emprendimiento en este país?
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