Veo por fin la exposición Mujeres bajo sospecha en la sede
granadina de la Biblioteca de Andalucía. Basada en una colección de
artículos que ha coordinado, con el mismo título, Raquel Osborne en la
editorial Fundamentos, la exposición busca la memoria de la sexualidad
femenina desde 1930 hasta los años 80. Sin salir de la sala, esta
magnífica exposición muestra un relato difícil con final feliz. Las
mujeres modernas de los años 20 y 30 iniciaron un proceso de emancipación que dio sus frutos con la llegada de la Segunda República en 1931.
El derecho al voto, el divorcio, la presencia femenina en las aulas y
la emancipación económica de la mujer hicieron de España uno de los
países más avanzados de Europa.
Después llegó el golpe de Estado de 1936 para abrir un tiempo largo en
el que el rapado y el aceite de ricino simbolizaron una doble
explotación. La represión general en la política, se duplicó para la
mujer al convertir su cuerpo en un campo de castigo. Con la agonía de la
dictadura, las grietas de libertad –que siempre existieron frente a los
dictados del poder–, lograron abrirse en un proceso de dignidad
democrática. Aunque no desapareció el machismo, la lucha feminista dio
sus frutos y se convirtió en uno de los motores principales de la transformación de España.
Sin salir de la sala, digo, el relato que forman los periódicos, las
fotografías y los demás documentos tiene un final feliz. El problema es
salir de la exposición, caminar por la calle y volver a una historia que
sigue abierta, amenazadora, en manos una vez más del pensamiento reaccionario.
Mientras cruzo la ciudad, me pregunto las razones del Partido Popular para promover una ley del Aborto tan tradicionalista
que ni siquiera conecta desde el punto de vista ideológico con la
mayoría de su tejido social. En una sociedad tan consumista como la
nuestra, en la que hasta los cuerpos y las sexualidades tienden a
producirse como mercancía, no encaja un regreso desmedido a la cultura
del nacionalcatolicismo. ¿Cuál es entonces la utilidad de esta ley?
Cruzo los jardines del Genil. Cuando yo era niño, las parejas de novios
buscaban el atardecer de los castaños y los plátanos para robarle un beso a las costumbres decentes.
Poco después aparecieron también los homosexuales. ¿Qué argumento,
insiste mi meditación, tiene el PP para considerar de nuevo el cuerpo
como un campo de castigo?
En primer lugar, desde luego, hay una constante del pensamiento
antidemocrático. Si la democracia supone el control del poder público
desde la ciudadanía, es decir, un viaje de abajo a arriba, el
autoritarismo significa lo contrario, la obligación de bajar de lo
público a lo privado para escenificar el control del poder. En el reparto de papeles del machismo, la mujer es el corazón de lo privado. Humillarla, someterla, imponerle su particular catecismo, es el signo más claro de la victoria.
¿Pero qué más? En segundo lugar, parece que el PP necesita medidas para
tranquilizar y mantener en sus filas a la extrema derecha. El asunto del
aborto es una de ellas, sobre todo si significa el sacrificio moral de Gallardón,
un político que, con la ayuda de algunos medios de comunicación,
representó por unos años el ala progre del partido. ¡Vaya ojo!
¿Pero qué más? En tercer lugar, la muleta del anticlericalismo ha sido
siempre un buen recurso para torear el odio del pueblo. Pasamos por unos
momentos en los que, de forma descarada, se escenifica la promiscuidad
de la derecha con los bancos, las eléctricas y los grandes templos del
dinero. El odio hacia estos templos empieza a pesar mucho en la
sociedad. No viene mal desviar la atención hacia los viejos altares y,
de camino, enmascarar con la sotana moral del clericalismo la vergonzosa
relación pornográfica del PP y el dinero.
¿Algo más? Confieso que ya en la puerta de mi casa tengo delirios
propios de un demócrata de izquierdas que lleva más de 30 años
sintiéndose estafado por un sistema hipócrita. Y en mi delirio pienso
que, de vez en cuando, el PP necesita echarle una mano al PSOE para que
el bipartidismo siga justificando el voto útil de los españoles. Lo que
el PSOE ha sido incapaz de promover con una verdadera renovación, se lo
regala ahora el PP. Señores, somos tan bárbaros que les conviene votar
al PSOE, la izquierda con aspiraciones de Gobierno. Si tienen que castigarnos, que sea con nuestro amor de toda la vida, nuestro enemigo más útil.
Yo, que soy granadino, recibí la maldición de la madre de Boadil desde
la cuna: lloro como una mujer, ya que no he sabido defenderme como un
hombre. Después de tantos años de vivir bajo sospecha, está justificado
que pague con la misma moneda. Medito, sospecho, deliro.
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